martes, 30 de marzo de 2010

La isla de madera y agua: Jamaica

A mediados de diciembre llegué a esa etapa de mi viaje que había reservado al descanso. Después del frío del norte de Estados Unidos y antes de dirigirme hacia el Perú, que ya me olía que me exigiría físicamente, recalé un mes en el caribe, y, dentro de éste, la pequeña isla de Jamaica, un lugar remarcable en todo el espectro de aspectos: del mejor al peor.

Y es que, quizá, lo que más ha definido a esta sociedad más que nada es la influencia del colonialismo, como sucede en la mayoría del caribe.
Cuando los españoles llegaron en el S.XVI -destacable el año que Colón pasó en la isla al llegar después de la destrucción de su flota- reservaron a Jamaica un lugar de puerto de enlace, apenas un poblado con ganado donde los barcos procedentes de la vieja España recalaban a recargar agua, provisiones... por esto se suele empezar.
Años después, no quedaba en la isla rastro alguno de los pobladores originales. Abusos, reducción de los recursos y enfermedades borraron cualquier señal de los Jamaicanos originales -comunidades indias provenientes de norte américa-, dejando a los colonos sin su preciosa mano de obra gratuita.
La solución fue la lógica en las antiguas mentes europeas: Acostumbrados a dominar un pedazo de terreno aquí y otro allá no tardaron en repoblar la isla con esclavos negros traidos del continente africano.
Los británicos siguieron poco después, atacando y obteniebdo el poder en la isla como parte de la estrategia para reducir el poder español en el caribe (la influencia británica es muy obvia al comprobar el idioma, que tampoco es 100% inglés pero casi, y lugares llamados glasgow, middlesex, etc.), importando, además, más mano de obra de color y reprimiendo aún más a la que ya había.
Es lógico pensar que la situación mejoraría una vez llegara la independencia, en 1962, y lo hizo pero en mesura apenas apreciable: de la esclavitud se pasó al hambre, que siguió azotando, la situación política se tornó en caótica y consequentemente la delinquencia y violencia interna se generalizó.
Medio siglo después, los Jamaicanos tienen que ver como el antiguo Amo sigue siéndolo, pero esta vez vestido con piel de cordero: Viene a su isla como turista, con su dinero, con su altivez, esperando, una vez más, que el Jamaicano le sirva.
Es por eso que hoy, en Jamaica se respira un intenso racismo hacia el blanco; en bastantes lugares lo encontraremos descrito como racismo A LA INVERSA, algo que Servidor de ustedes no entiende: acaso el racismo hacia el negro es en la dirección correcta o algo parecido?

Dejando juegos de palabras aparte, el desprecio al blanco es patente desde el minuto uno que se pasa en la isla. Y se entiende perfectamente: Al contrario que el racismo al negro que tenemos en Europa, éste tiene fundamento histórico; los cimientos del resentimiento fueron construidos por la gente que les arrancó de sus tierras en África, donde ya eran esclavos, para llevarlos a una isla remota, fuera de su mundo, a esclavizarlos aún más duramente.
Así, hay que tener claro que no podremos evitar sentirnos incómodos en más de una ocasión durante nuestra estancia. Y bien que lo merecemos, libros de historia en mano.


La Ruta


Mi ruta en la isla fue Kingston-Montego Bay-Negril-Nine Mile. Como dije, no me quise dar prisa para que mis huesos se recompusieran en lo posible; Estar en la playa, beber con los locales y hacer las visitas de rigor fueron los objetivos; la cámara la reservé para momentos esporádicos porque hay paises en que se puede ir con cámara y los hay que no; en este, desgraciadamente, no mucho.

Tanto mejor; el estilo de vida hedonista del turismo “tipo” de Jamaica -léase parejas y familias- unido a ese sentimiento “ja, man” de los locales le invitan a uno a dejarse arrastrar por la corriente, esto es: hamacas, puestas de sol y aguas cristalinas.

Y es que aquí se viene a descansar; ese es el principal atractivo que la isla ofrece.
Pero vamos por partes..

Kingston, la capital, sinónimo de Reggae, de buen ron, de una de las ciudades más peligrosas del mundo. La zona centro, colmada de edificios corporativos y coloniales a partes iguales, contrasta con las zonas que la rodean, como el conocido Trenchtown, en las que intentaremos adentrarnos en tansporte privado y sin dejar ver los objetos de valor (cámaras, relojes, etc) que nos puedan marcar como blanco del primer atracador. Lo mejor, como siempre, es ir acompañado de un local -o un buen grupo de otros viajeros.
Unido a la arquitectura colonial y lugares como Port Royal -si, el de los piratas, aunque no quede mucho del Port Royal original hoy en día- podremos dirigirnos a Trenchtown, meca para los amantes del reggae, o a Studio One, lugar de nacimiento musical de Bob Marley y los Wailers, las I-threes y el resto de la movida reggae que surgiría a finales de los 60 y mediados de los 70, amén de otras pequeñas visitas más que nada a nivel arquitectónico e histórico.

Habiendo empezado a respirar el aire caribeño, fue hora de dirigirme a Montego Bay; realmente útil el Knutsford express, línea de autobús, más cara de lo esperado pero pronto nos acostumbraremos a eso en un lugar como este: los recién casados y familias que convergen en la isla no suelen reparar mucho en gastos, así que el viajero independiente que desee ajustar el presupuesto lo pasará mal para lograrlo. Aún así, es posible.
Es también una buena manera de darse cuenta de las dimensiones de la isla, al ver que un viaje en autobús de punta a punta no durará más de 7-8 horas. Lo justo.

Montego Bay, que elegí de base para explorar la isla, probó ser un pequeño error de planificación: las playas siguen siendo paradisíacas, pero las grandes distancias entre playas, supermercados y hostales lo vuelven menos idóneo que, por ejemplo, Negril, además de ser casi más caro y respirarse más hostilidad que en esta última -aunque nada comparado con Kingston, eso sí-.
No obstante, sigue valiendo la pena pasearse por el centro de la ciudad, observando los mercados y la penetración de la industria occidental (sendos Burguer Kings, KFC y McDonalds lo atestiguan, lo curioso es que los encontraremos siempre llenos)
Como se ha dicho, los pocos hostels o guesthouses que hay están lejos de la playa; eso significa tener que coger un taxi cadavez para ir y venir.
Y es un capítulo aparte el tema de los taxis, en la isla son colectivos, es decir que o lo cogemos lleno o se va llenando conforme llega a destino. La contrapartida, por supuesto, es el bajo precio, pero tener que coger un taxi cada vez sigue siendo un incordio que, por ejemplo, no será necesario en muchos de los lugares restantes de la isla.

Negril, un corto viaje en furgoneta colectiva -en dos mejor dicho, deberemos cambiar en Savanna la Mer a no ser que vayamos en taxi directo, más caro por supuesto- será mucho más conveniente al seguir el esquema general playa-carretera recta-hostales. Por lo general no deberemos andar más de 500 metros para llegar a la arena.
Es, además, el lugar idóneo para ver la increíble puesta de sol del caribe, ya sea en alguna de las playas, calas o bares colgando de acantilados cuyo principal atractivo es, precisamente, ir a tomar un combinado viendo como el día toca a su fin.
El alojamiento es igual de abundante que en Montego Bay, aunque por alguna misteriosa razón aquí conseguiremos más comodidad por igual o incluso menor precio
Lo más recomendable, y algo que podremos hacer en no muchos lugares de la isla, es recorrer a pie toda la laaarga playa de la bahia de Negril, un paseo que, de chapuzón en chapuzón, nos dejará uno de los recuerdos más bucólicos de la estancia en la isla, destancando las dos puntas de la bahía, una dando a formaciones de acantilados rocosos y la otra en zonas arboladas con las ramas casi colgando sobre las olas..

Como visitas adicionales, mencionaré la fábrica de Ron Appleton, una buena visita de un día en el que, además de la visita, disfrutaremos de camino. Imprescindible parar en alguna de las -desérticas- playas que se van pasando y remojarse un poco.
Destacar, además, una de las visitas más simbólicas que hice: Nine Mile, lugar de nacimiento y reposo eterno del cantante Bob Marley, consistente en la casa, la las tumbas de abuelos (curiosamente bastante apartados de los mausoleos principales), madre y del propio Bob; su “roca de meditar”, desde donde antaño se veía el infinito mar en el horizonte. Hoy en día la vista está tapada por árboles decorativos y demás parafernalia que molestan más que decoran; es una lástima que hayan cambiado tanto el lugar. Es visita casi obligada, pero hay que tener en cuenta que más de uno quizá se sienta decepcionado.

Tratándose de una pequeñísima comunidad a nueve millas del centro de población más cercano -de ahi el nombre-, poco más habrá por ver aparte de la casa del mencionado; es una lástima, no obstante, ver cómo se ha turistizado el lugar, dejando el resto de la comunidad a su suerte. La visita la podremos disfrutar más o menos, pero sin duda lo que más nos educará es ver a los niños al otro lado de la puerta principal pasando palos con una cajetilla de tabaco en el extremo, esperando la consabida moneda del turista.
A los gritos de “sir, sir” y “one dollar”, situaciones como la que nos brindan estos chavales serán las que nos den la verdadera magnitud de la situación en la isla, un lugar donde lo que cuenta es el dinero del turista: si se es jamaicano y se está fuera de la corriente de hoteles, servicios de playa y demás no queda mucha opción donde aferrarse para seguir el día a día con un mínimo de decencia.

En resumidas cuentas: Todo un paraiso, excepto para el 75% de la población local. Jamaica se diefruta, se descubre con sus playas de arena blanca y agua cristalina, pero no es un lugar a donde ir a aprender: descanso es el sinónimo que encontraríamos en el diccionario. Quizá si el objetivo fuera aprender y empaparse de cultura local sería mejor un destino como Cuba (Y lo digo sin haber estado)


Acabada la aventura caribeña, me preparé para un nuevo destino, cambio de lengua y continente nuevo: Suramérica, y en él, el Perú, tierra de Incas, llamas y cobaya asada con papas.

martes, 9 de febrero de 2010

La rueda que no para: Consumismo en los EEUU


He sido testigo del acto de consumismo más salvaje que podía imaginar: los saldos de Thanksgiving -día de acción de gracias- previos a que entre nuevo stock en las tiendas para navidad.
Jóvenes haciendo cola dos días antes para conseguir esa televisión 42” por 300€, familias deambulando por los centros comerciales -o debería decir vitales- de cada ciudad, villa o aldea; los vendedores de ineternet como Amazon haciendo su agosto rebajando los precios a la mitad y con 2x1 en los envíos.

Todo esto, repetido varias veces al año, con un fin: Consumir, mercadear, intercambiar. Seguir impulsando la rueda.
Este lugar se ha basado desde sus orígenes en la constante depredación de recursos: Un 40% de la comida que Estados Unidos produce acaba en la basura. En la tierra de las raciones Extra grandes, centenares de miles de kilos de carne de pavo acaban en la basura cada año mientras la a la indigencia no sólo no se la ayuda sino que se la persigue e intenta esconder bajo la alfombra.
En los EEUU profundos, ningún campesino aceptará quedarse sin su camioneta con graaandes neumáticos y motor de 5000 cc que consume 20l/100km (y no es que se suela tener sólo un coche por media familiar, ni mucho menos)

Y es que si algo hace funcionar el país es, precisamente, el petróleo, del que tanto oímos hablar en la vieja europa. En los grandes Estados Unidos simplemente la gente no habla de ello, no es un tema de la calle: el norteamericano medio sigue esperando llegar a la gasolinera y encontrar fuel barato.
Y lo espera porque así le HAN diseñado: los gobernantes de turno hicieron bien su trabajo al EMBUTIR el coche a la sociedad norteamericana, en las décadas 50 a 70, sembrando el país de carreteras, autovías y enlaces de todo hacia todo, creando una unidad de consumo -en este caso de petróleo- en/por cada norteamericano.
A este norteamericano le han impuesto también la idea de los suburbios, las zonas residenciales de las ciudades que en algunos casos se extienden hasta la siguiente; inmensas barriadas de casas unifamiliares en las que hay que coger el coche para TODO, desde ir de compras a la piscina municipal. El transporte público, por norma general, es muy deficiente, lento y poco frecuente.
Mientras tanto, lo que este ciudadano de a pie no sabe o no se imagina -o no le interesa porque así le han moldeado- es que su gobierno mata en la otra punta del mundo para que él encuentre a diario gasolina barata, mientras un 60% del sistema ferroviario del país es vía muerta, no se usa.

Quizá sean conscientes de ello; desde luego bastantes de ellos lo son.
De lo quequizá sean también conscientes -igual que el que suscribe- es de que esto no tiene solución. La elección del consumo como medio de vida está demasiado arraigada en el ciudadano, y el gobierno se da cuenta -como cualquiera con dos dedos de frente- de que
A- El cambio de transporte privado a público, de corporaciones comerciales frente al pequeño comercio, es demasiado. El punto de no retorno se pasó hace ya tiempo, y como ejemplo perfecto tenemos la reforma del sistema sanitario: está demasiado sumergido en las perdidas/ganancias, y
B- Las mismas corporaciones no le permitirían siquiera empezar a operar el cambio.
Y, aunque consiguieran empezar a cambiar algo, al próximo cambio de gobierno volveríamos al estado inicial...

La solución? No hay. Seguir consumiendo. Seguir depredando. Y lo más triste es que ciertos de los llamados países emergentes lo consiguen precisamente siguiendo el ejemplo americano.
Como veis me gustan los procesos lógicos, las conclusiones concisas y con pocas contemplaciones: Y es que pocas se pueden tener enfrentando todo este sub-mundo a cualquiera de los niños que uno encuentra en esos paises del tercer mundo, esos NO-PAISES que no lo son, precisamente, porque alguien desde el púlpito ha decidido que su país, y con él toda la riqueza de sus suelos, no les petrenecen.
Para mí, el sub-mundo es Estados Unidos: el país de la libertad es el que tiene a sus ciudadanos más vigilados, la tierra de las oportunidades es la que esconde a sus indigentes o no da asistencia médica a la población. La rueda gira, y gira, y ni unos ni otros pueden -ni podrán- pararla. Esperemos que no termine saliéndose de eje (si es que no lo ha hecho ya)
Saludos!

Costa Oeste de Estados Unidos

La llegada a Estados Unidos y, me temo, a cualquier otro lugar después de Japón la supongo chocante; en mi caso lo fue, al salir del metro en San Francisco, mi primer día en los EEUU, donde me sentí envuelto de calles “sucias”, tráfico y gente que te mira penetrantemente.
Después de algunas horas en la ciudad, no obstante, mi opinión varió al 100% gracias a la misma ciudad de San Francisco, ciudad que me robó un trozo de alma y de la que volveré a hablar más tarde.

Opciones de dormir barato bastantes, en la zona de Haight Ashbury hay bastantes hostels baratos, casa de acogida y por la ciudad repartidos tampoco faltan, con precios que variarían entre los 12 a los 20$.
Una buena opcion es el Green tortoise, en el que me alojé bastante, lugar muy recomendable: El espíritu festivo y “abierto” del lugar recomienda hacer algo de contactos para disfrutar como se debe esta maravillosa ciudad.
Después de unos primeros días asimilando el “american way of life” me dispuse a empezar a hacer millas, y por ninguna razón en particular escogí Los Ángeles como primer destino. Afortunadamente con la cantidad de vuelos diarios que hay, volar de SF a Los Angeles o Vegas sale más barato que tren o autobús, así que es una tríada razonable para saborear la costa oeste centro.

En Los Ángeles me vi, pues, en algún punto de esta inmensa ciudad que se extiende, y se extiende... hasta donde alcanza la vista en forma de suburbios alrededor básicamente de Hollywood y el Downtown.
Con un transporte público penoso nos será difícil movernos por la ciudad a no ser que dispongamos de coche, opción bastante usada por cierto la de alquilar coche en SF, por ejemplo, y recorrer las ciudades/parques nacionales que se pongan a tiro dependiendo del tiempo que tengamos. En mi opinión, si se va en grupo, vale la pena mirarlo -como en cualquier otro país que se visite-
Y es que eso, amigos, aquí es una religión: Hay que tener coche. Hay que consumir -hablaré de esto más tarde- En toda América, la gente usa el coche para todo, relegando el transporte público por norma general al par de usos ocasionales y, por supuesto, a la gente que no puede pagarse un coche: Los americanos “pero menos”, esto es hispanos, gente de color, turistas, etc.
En mi caso no ser consciente de la vastedad de la ciudad me costó tener que andar unos 5000 números de Melrose Avenue, desde la salida de metro más cercana hasta donde mi hostel estaba. No acaba nunca.
Mi próximo destino, Las Vegas, apareció en la ruta por ser la ciudad más importante cercana al gran cañón, un desvío que siempre valdrá la pena. Una vez más, volar fue lo más barato...
Las Vegas impresiona. Cuando en la época de nacimiento de USA se estableció la ruta méjico-california para transportar básicamente oro y piedras preciosas empezó a ocurrir que muchos convoyes no llegaban a destino; se perdían en el desierto, morían en tormentas o eran asaltados.
La solución de crear un puesto intermedio en medio del desierto fue de John C. Fremont, en 1844, y de la mafia italiana fue la de empezar a construir casinos. Hoy, la mayoría pertenecen a MGM, la productora cinematográfica, que como vemos no sólo se dedica a las pelis para niños.
Hoy, al llegar al aeropuerto se encuentran máquinas tragaperras nada más salir del avión, antes incluso que pasar por la cinta de equipajes; los límites de la ciudad se van extendiendo como un cáncer en medio del desierto con sus parques de césped verdísimo, y cada noche la lujuria y hedonismo explotan para hacer de este lugar una meca para el poder del dólar, una muestra más de la idea americana del consumismo, depredación de recursos e intercambio de bienes constante que hace funcionar el país y sin el que se vería abocado al fracaso.
Disponibles hostels a partir de los 15-20$ la noche, el transporte no será problema ya que la Strip, la calle principal de la ciudad, donde se ubican todos los casinos, museos y entretenimiento dispone de buses que pasan con una frecuencia adecuada.

Subiendo al norte, llegó la parte más familiar de mi viaje, en la que me reuní con familia a la que tiempo ha que no veía; en la pequeña localidad de McMinnville, estado de Oregón, apartado de todo: un paréntesis de dos semanas que resultó más provechoso de lo esperado pues, aparte de permitirme reflexionar sobre el ecuador -ya rebasado- de mi viaje, me permitió visitar la ciudad de Seattle, en el estado de Washington.
Bonita ciudad costera, situada en uno de los lados de una gran bahía -Puget Sound-, posee ese encanto de las ciudades abocadas al mar; en este caso en concreto el grupo de rascacielos del downtown parecen estar asomándose a las aguas de la bahía y el puerto, homogeneizando el paisaje e integrando lugares como la Millenium Tower (en la foto)
Las incontables cafeterías -con vaso XL de cartón y tapa para sorber; los americanos estarán perdidos el día que les quiten la manía de los CUPS de café-, entre las que se encuentra el primer Starbucks, bonito downtown y mercado y una escena musical importante -de aquí han salido cosas desde Nirvana o Foo Fighters hasta el mismisimo Bill Gates-, es una opción muy recomendable en la punta noroeste de los Estados Unidos.

Viéndome, durante el último mes, con temperaturas por debajo de los 10Cº se me empezaba a nublar la vista... así pues, dos días después del 26 de noviembre (Thanksgiving, otra celebración del consumismo desbocado, volveré a ello) dirigí mis pasos hacia la punta sur de la costa californiana, San Diego, a unos 15 km. de la frontera mejicana. La posibilidad de llegar a la frontera en tranvía desde el centro de San Diego facilita las cosas si decidimos hacerle una breve visita al "otro lado", esto es, Méjico.

En San Diego tuve la suerte de escoger Ocean Beach para alojarme; el ambiente hippie/surfero del lugar lo hacen algo digno de experimentar, además de disfrutar del normalmente cálido tiempo.
En esta época, no obstante, hace fresco igualmente -y más al lado del mar; aún siendo el punto más sureño de la costa oeste está mucho más al norte que florida, en la costa este-; por ese motivo me uní a un grupo de viajeros que había conocido previamente en San Francisco y me interné en Méjico, hasta Ensenada, Baja California, puerto frecuentado por cruceros -alojando hasta 6 de ellos a la semana-.
Comentar que Mexico no entraba en mi plan inicial de viaje; el viajero que intente algo similar a el viaje descrito en este blog encontrará que a veces uno se adelanta a su planning y acaba disponiendo de dos semanas para lo que quiera. Estos “adelantos” son ideales para cruzar la frontera que se tenga más cercana.
Lugar realmente pintoresco, lo mejor que servidor experienció en estos 6 días fue la gente: una sorpresa comprobar como, al decir que uno es español -catalán-, ellos replican con una sonrisa y hablan de la “madre patria”.
Mención especial para un supermercado al lado del hostal en el que me alojaba; la mujer del dueño, David, añadía más comida al cazo para invitarnos mientras él y yo hablábamos y mis compañeros aprovechaban el wi-fi del local.
La tan universal palabra “revolución” salió a escena en plena conversación de domingo por la tarde, sentados alrededor de sendos platos de atún especiado con frijoles y arroz.
Para David, el gobierno era corrupto de por sí y ahogaba a la población mediante impuestos y fuerzas policiales, los escasos servicios públicos eran de mala calidad -algo que servidor corrobora- y lamentaba, entre anécdotas de sus años de pesca en Panamá con vascos y gallegos, que “aqui ahora ya nadie se preocupa de nadie” y que no era probable, al menos en la americanizada Baja California, que la gente se levantara.
Seguía, no obstante, esperanzado en que los mejicanos del centro, el “méjico de verdad” que lamentablemente no tuve ocasión de ver, se alzara algún día.
Curiosidad del viaje: Mi banda sonora fue la canción La Bamba, de Los Delinquentes. Uno que es freak xD
Visita provechosa la semana que pasé en Mexico, al final las tormentas llegaron y decidimos volver a San Diego, donde pasé tres días más en buena compañía antes de volver a San Francisco, preparándome para mi próximo destino, el caribe y su isla de agua y madera, del ron y del reggae: Jamaica.

Pero de esta última ciudad, San Francisco, tengo que hacer un apartado aparte, así como también de algún que otro aspecto de la tierra de la “libertad” que es Estados Unidos. Allá va, por lo tanto, el primero de los anexos de USA: San Francisco.

lunes, 8 de febrero de 2010

San Francisco

No es probable que sea un día soleado el de nuestra llegada a la ciudad de San Francisco. La bahía, ese pedazo de mar que es el que le da sentido a la ciudad, también le obsequia muy a menudo con una espesa niebla que puede cubrir completamente la zona financiera y el Golden Gate, por ejemplo.

Algo recomendable si al llegar nos encontramos esta circunstancia es subir a algún rascacielos o monte de la zona como la Coit Tower y ver los rascacielos justos, sin desmedida, sobresaliendo en un mar de niebla que encierra todos los encantos que encontraremos una vez la cosa mejore: Al final el día soleado llega, y es entonces cuando, a la magia de la niebla, se le suma la sorpresa de una ciudad que despierta, que vibra, al ritmo de una libertad de vida legendaria en Estados unidos y en comunión con el ambiente mar-ciudad-montañas que le da ese carácter extra a las ciudades; como Barcelona, Bangkok o Tokio SanFran es un lugar abierto al visitante, que disfruta de hermosos días soleados en los que uno puede ver cómo la gente disfruta del lugar en donde vive.

El downtown, distrito financiero, es un “pack “de rascacielos alrededor del cual se vertebra la ciudad, con su calle Market atravesándolo como la Diagonal en Barcelona; el SoMa (South of Market) al sur y los rascacielos, chinatown y little Italy al norte y agua en toda la circunferencia de la zona. Afortunadamente el ayuntamiento no ha permitido, en las últimas décadas, la construcción de edificios más altos que el más característico de la ciudad, la Torre TransAm, lo que le da a San Francisco un Skyline atractivo como pocos.
Nuestra gran amiga a la hora de orientarnos en la zona de la bahía, con su forma piramidal es la encargada de marcar el eje de la ciudad.

Al ser una zona tan compacta, y eso es otra cualidad de las ciudades mar-ciudad-montañas, podemos encontrar a 10 minutos andando zonas tranquilas con lugares como el Café Trieste, donde Francis F. Coppola escribió el guión de la película El Padrino, o la mencionada Coit Tower o Twin Peaks, desde los que tendremos buenas vistas de la ciudad.
Estos puntos, no obstante, abundan en una ciudad como ésta, incluso en lugares como Oakland o Berkeley, al otro lado de la bahía, visitas también recomendables la una por su historia -el clectivo activo negro Panteras Negras se inició aqui, por ejemplo- y la otra por su universidad.

El parque Washington, al norte, o el más importante parque Golden Gate, al este, morada de numerosos hippies y en el que desemboca la calle Haight, centro de la movida hippie en el verano del amor del 69, marcan buenos lugares para dejarse envolver por la actividad, en un dia soleado, de la ciudad que late alrededor de uno. Tranvías arriba y abajo, enormes camiones de bomberos armando una buena con las sirenas -San Francico ha tenido una larga y complicada relación con el fuego-, turistas mirando al cielo, el chico de color comiendo una hamburguesa; el chino volviendo de comprar la cena, el ejecutivo que viene de una reunión... el hippie destartalado, aquí todos se mezclan pero todos toleran (por lo general, como siempre).
Festiva como pocas -Halloween fue para el que suscribe una montaña rusa de emociones-, siempre encontraremos exposiciones de Arte, conciertos imprescindibles o actos públicos a los que acudir, por no mencionar los 1000 museos y edificios historico-remarcables que posee el downtown.

Mi experiencia, además, fue endulzada por el lugar en el que me alojé -el Hostal Green Tortoise, en la calle Broadway-, que aparte de ser una fantástica “base de operaciones” me brindó la posibilidad de contratar un viaje de 4 días, a bordo de un autobús-litera, por el desierto de Death Valley.
Impresionan lugares como Badwater Basin, el lugar más bajo del hemisferio norte -86m por debajo del mar, y ubicado en un desierto de sal interminable- el cráter Ubehebe, testigo de la enorme explosión de una acumulación hidráulica en el subsuelo, o los numerosos campos de dunas o pueblos fantasma, pero impresiona también esta manera de viajar: Durante el día, el bus es sofás delante, mesas en medio y colchón la mitad trasera para tenderse a disfrutar del paisaje mientras el autobús continúa la ruta a la próxima visita.
Por la noche, todos a hacer la cena, fogata y el autobús se transforma en dos niveles de camas para 24 personas por si alguien no quiere dormir fuera, en una tienda, bajo el cielo estrellado del desierto. Relmente toda una experiencia, que recomiendo a cualquiera que quiera explorar Alaska, California o la Baja California: Tal es el rango de LOOPS o destinaciones.

San Francisco es, en resumidad cuentas, el lugar por el que empezar si se va a la costa oeste de Estados Unidos.
Sin dejar de sufrir los mismos cánceres que el resto de la sociedad Norteamericana, en esta ciudad se respira un aire diferente. Tal vez la conciencia de que, en cualquier momento, podría empezar el Big One -el gran terremoto que se sabe sucederá el las próximas una o dos décadas-, les haga inconscientemente olvidarse de que esto es América, y recordar que aquí rige una ley que se impone a las federales: la ley del tiempo, el que les queda antes de que los tejados empiecen a caer sobre sus cabezas.
La conclusión lógica es disfrutar de ese poco tiempo que se tiene, algo común con el viajero de paso. Y eso en San Francisco es muy, muy fácil.

jueves, 15 de octubre de 2009

Kyoto - Osaka


Salidos de la locura de Tokio, es hora de empezar a explorar el país, y si lo primero ha sido la capital política y financiera, lo segundo será, sin duda, la capital cultural: Kyoto. Templos, castillos y toriis en cada esquina. Se debe tener en cuenta que la mayoría son reconstrucciones de una u otra época; los gobernantes americanos de turno hicieron, como siempre, un trabajo exclente a la hora de dejar el país como un solar, aparte de los frecuentes fuegos y ataques que destruían templos y castillos durante la violenta historia antigua japonesa, plagada de guerras civiles y luchas de clanes.

La cantidad de historia existente en la ciudad, capital en la época dorada de Shogunes y samurais es apabullante; junto con Nara, -al sur, primera capital del imperio y tan profusa en cultura como Kyoto- es donde los hambrientos del japón más tradicional quedarán satisfechos hasta decir basta. Para empezar, imprescindible alquilar una bici ;)

Sobresale en la ciudad el castillo Nijo-jo, residencia del primero de los Shogunes, Ieyasu tokugawa, que nos sorprenderá por sus jardines, arquitectura tradicional y su suelo. Sí, su suelo, que incluso tiene nombre: el piso del ruiseñor. Las tablas de madera que conforman el suelo están fijadas con clavos especiales entre tabla y tabla que hacen que rechinen y canten cual pájaro en primavera a cada paso, medida de protección del shogun contra intrusiones encubiertas de enemigos o ninjas (Shinobis en su palabra original). Os podeis imaginar a servidor caminando cual ninja por el piso, con calcetines y de puntillas para burlar el sistema... xD Imposible: Un tipo listo, este Tokugawa.

Lugares como el Kinkaju-Ji, templo en medio de un estanque y recubierto de oro en dos de sus tres pisos, o la pagoda de los cinco pisos, la más alta del japón con sus casi 60 metros, nos dejarán también empachados de la magnificencia de la historia japonesa: Aquí cada templo, jardín o castillo es diferente a todos los demás, lo que hace necesario considerar pasar aqui el máximo tiempo posible dentro de la agenda que cada uno tenga en su viaje.

Algo a remarcar respecto a Kyoto es que suele ser el lugar a donde ir a ver uno de los símbolos imborrables del japón: Las Geishas y sus aprendices, Maikos.

A verlo o a no verlo; Actualmente, en todo el Japón, quedan unas mil, 100 de ellas en Kyoto. Inexplicable quizá, aunque no tanto al tener en cuenta de que, en esta sociedad, lo nuevo se acoge con entusiasmo; lo viejo se venera pero se desecha sin el mínimo remordimiento aparente. Un aspecto que posiblemente nos aclare, entre otras razones, cómo una sociedad ha evolucionado desde la nada al todo en menos de 50 años. De todos modos con una tarde de paseo al este de la ciudad y un poquito de suerte tendremos suficiente para ver al menos una.

Entre tanto templo, imposible no mencionar también el Fushimi Inari Taisha -4 km. De túneles hechos de Toriis, las típicas “puertas” rojas japonesas”-, templo dedicado al arroz, existiendo tambien atracciones más mundanas como museos manga o movieland, paridero de numerosas películas niponas y un lugar a donde ir a desintoxicarse de tanto templo y tradición.

Kyoto es la segunda referencia del Japón, y a fe que lo vale: Estupendo contraste con la jauría de Tokio y un primer bocado del japón rural y tradicional.


Osaka

Osaka es sólo superada por Tokio como muestra de la locura urbanita del Japón. Ciudad venida a menos, fue en su tiempo el centro económico del Japón hasta que fue superada por la mencionada Tokio; desde entonces ha habido una constante deriva de empresas, inversiones y nuevas infraestructuras hacia esta última, que han dejado a Osaka como una muestra de lo que es tokio: Un monstruo que atrae, depreda la vida del país, la juventud y las nuevas ideas. Consequentemente veremos una población más envejecida -auténtico problema en Japón el envecimiento de la población y baja natalidad-, pero la juventud del lugar dará el do de pecho en la zona central de la ciudad.

Bulevares, neones, pantallas gigantes y altavoces con voces acarameladas: Todo concentrado en 3 o 4 calles en el centro; lo más parecido a la película Blade Runner, ambiente futurista; imperio del neón.

En definitiva, una muestra del crecimiento del japón hasta mediados de los 80 cuando empezaron los problemas económicos del país: la ciudad parece haberse quedado en esa época, y sus habitantes transmiten la misma sensación de antigua -y perdida- magnificencia; una muestra más de que en el Japón, lo nuevo se reverencia y lo viejo se venera pero se desecha.

Eso sí, cosas como el castillo de Osaka (foto superior), el citado barrio centro o el acuario -el más grande del mundo, con dos tiburones ballena y cientos de especies diferentes, foto imferior)- harán buenas visitas para el par de días que necesitaremos para quedarnos con una mínima impresión del lugar.

En este apartado me pararé para hablar del Danjiri Kishiwada, festival a las afueras de la ciudad, zona Kishiwada, al que tuve la oportunidad de asistir.

Se trata, básicamente, de enormes carros cubiertos y profusamente ornamentados, con 4 ruedas fijas, es decir no girables, de modo que a los japoneses, tan modernos ellos pero tan tradicionalmente borricos en ocasiones, no se les ocurre nada más que poner a u mínimo de 100 personas -los jóvenes- tirando de una cuerda delante del carro y unas 50 -los mayores- detrás, para empujarlo a los lados mediante grandes maderos fijados a la estructura y hacerlo girar en las esquinas de las calles a lo bruto; esto provocará numerosas caídas o que alguno de ellos salga despedido debido a la inercia del cachivache, lo que unido a la gente -mujeres y niños en su mayoría- de la ciudad que suele seguir a los carros corriendo nos recordará ligeramente a los san fermines y nos dibujará una extensa sonrisa en el rostro que los locales apreciarán como un tesoro. Estos carros, además, se sacan una vez al año por lo que podemos imaginar la pasión que le ponen; siempre gusta encontrar un turista aislado que venga a ver tu fiesta supongo.

Me he parado a hablar de esto porque en un país así es fácil empacharse de templos, castillos y demás; la manera ideal de “desintoxicarse” es asistir a uno de los numerosos festivales que hay durante el año. A los japoneses les encanta celebrar, y lo demuestran en cada ciudad, cada mes del año -lo que no quita que debamos tener un peliiiin de suerte para pillar alguno-

Último apunte: Japón Es caro, sí, y Tokio es probablemente una de las más caras ciudades del mundo; sólo en el metro ya se nos irá más dinero del previsto. Salir por la noche, en una zona como roppongi, nos dejará también bastante pelados, y las guesthouses no suelen bajar de los 17-20€ la noche; no obstante, no es difícil encontrar comida a buen precio -380 yenes por bol de arroz con ternera y sopa miso- y las entradas a museos o templos no son caras, ni aquí ni en el resto del país. Cuestión de balance... y presupuestos.

Algo caro pero imprescindible tambien si queremos exprimir el país a fondo será comprar un JR rail pass, que nos saldrá a cuenta sí o sí y nos facilitará enormemente la tarea de movernos de ciudad a ciudad ya que incluye el famoso shinkansen, tren bala: Con una frequencia de cada 30 minutos y un metro de espacio para las piernas en pocas horas estaremos en destino por lejos que vayamos. Atención, el pase sólo es adquirible fuera del país, una vez en Japón no podemos comprarlo por muy extranjeros que seamos.

Eso si, los precios no quitan que haya que venir en cuanto se pueda, por supuesto. Pero sigamos...



Tokio, la ciudad imposible


Solemos pensar, (no sólo) en la vieja europa, que la sociedad hace al país, la sociedad hace a la cultura, y ésa es la primera y más notoria diferencia que nos encontramos en Tokio: Aqui, la cultura, la ciudad, hace a la sociedad, la forma y la moldea. Intentar definirlo se torna en una tarea ardua ya desde el principo; aqui no hay resúmenes que valgan, cada mínimo aspecto tiene un máximo de diferencia.

No obstante, habrá que intentarlo...


Población: ni más ni menos que 13 millones de personas, sin contar el extrarradio. Enorme red de metro y taxis con fundas de asiento de encaje, templos centenarios -aunque el tokio actual no tenga más de 60 años desde la devastación de la 2ª guerra mundial- junto a arquitectura de vértigo; tradición, última moda; patria de la soledad y del consumismo de per se: Son mil los detalles a mirar y analizar.

Llegados al aeropuerto de Narita lo primero que haremos será ir a la oficina de turismo y obtener un libreto de la ciudad y un mapa del metro. Enorme; a veces parece que Tokio tenga dos niveles: la superficie y el subterráneo, son tantas las salidas a la calle de cualquier estación que si nos equivocamos podremos acabar saliendo a 1 kilómetro de donde queríamos... saliendo de la misma estación, me ha pasado bastante y se queda uno con una cara de tonto importante.

En fin, ya llegados al centro de Tokio -70 minutos desde el aeropuerto hasta la ciudad, callados con el 70% de los locales enganchados a sus móviles, tecleando que no hablando; está prohibido hablar por teléfono en el metro y en los restaurantes-, y salidos a la superficie, deberemos encontrar nuestra guesthouse; tarea nada fácil ya que a cada segundo se nos irán los ojos a tal o cual edificio, tal o cual vestimenta o tal o cual muñequito manga, ya sea en forma de estatua o dibujito.

Acomodados por fin, intentaremos hacernos una idea global de la ciudad: un conglomerado de pueblos o zonas, devoradas todos por el Tokio original, en las que tanto el fin como el medio difiere de unas a otras. Roppongi para la vida nocturna, Akihabara para la electrónica y el manga, Ginza para lo exclusivo, Shibuya para lo joven, Asakusa o Shinjuku para tranquilidad.

A la hora de empezar a movernos, el transporte es excelente: La puntualidad y frequencia del metro es apabullante, servidor se quedó helado al ver un revisor, cronómetro en mano, entrar en un vagón al azar, empezar a contar segundos y cerrarse las puertas y arrancar el convoy justo en el segundo en que el buen hombre acababa de contar. El taxi sólo será una opción para los presupuestos más abultados, tampoco es que haga falta a no ser que acabemos una noche loca más allá de las 00:00 horas, cuando el sistema hiberna y los metros cierran.

Tokio, ciudad portuaria aunque a veces se olvide, gravita alrededor del palacio imperial y sus jardines, visitables a medias pues solo podremos entrar en el palacio de la monarquía más antigua del mundo dos días al año; el resto del tiempo tendremos que conformarnos con sus jardines.

Alrededor, decíamos, de esta muestra de magnificencia relajada, empezaremos a visitar:

Roppongi, distrito financiero de día y de ocio por la noche, será donde econtremos cosas como la Tokio Tower, un facsímil de la torre eiffel que nos brindará las primeras vistas aéreas del interminable tokio: mejor visitado de noche, nos quedaremos sin aliento con la vastedad de la ciudad; la profusión de luces, líneas de transporte terrestre y rascacielos nos hacen pararnos y simplemente mirar, observar: Una ciudad viva, palpitante a todas horas. No en vano, este es el lugar que, desde la devastación de la segunda guerra mundial, creó su propio milagro para convertirse en uno de los centros mundiales a tener en cuenta, arrastrando a todo el japón con él.

Roppongi, decíamos. Clubes como The Cavern, homenaje a los beatles -un fenómeno en japón como en ningún otro lugar-, restaurantes ejecutivos y discotecas con lo más granado del techno y performances tan locas como el propio país; un primer vistazo a la mareante arquitectura y la original manera de vestir de los japoneses de noche.

De ahí se puede pasar, perfectamente, a Shibuya, y aquí es donde nos sentiremos en otro planeta.

Zona donde conseguir lo último en moda japonesa, las últimas tendencias, ese codiciado volumen manga o gastar algunos yenes en los varios centros de Pachinko (He decidido que el deporte nacional no es ni el béisbol ni el sumo: Es el Pachinko, máquinas recreativas demasiado difíciles de explicar, mejor buscar por internet, pero que con su incesante caer de bolas metálicas crean una banda sonora como para lobotomizarle a uno), centros comerciales o de manga interminables o ver casi el ejemplo más claro de la locura reinante: El cruce de Shibuya, miles de personas por minuto yendo aqui o allá, nos dejará con la boca tan abierta como el mejor de los templos o edificios del país.

Barrio eminentemente joven, encontraremos también -junto a Akihabara o, por ejemplo, parque Yoyogi en fin de semana- lo más granado de la juventud y la moda kitch, geek, freak o como quiera llamársele. No encontraremos en madrid o barcelona a nadie vestido ni la mitad de raro -u original o vanguardista según se mire- que en este distrito de tokio.

El anteriormente citado Akihabara, no obstante, no le va a la zaga: la zona electrónica por excelencia ha perdido su atractivo en cuanto a precios que siempre la había caracterizado, sin embargo los extranjeros podremos ahorrarnos el IVA presentando el pasaporte.

Tiendas de piezas para robots, barrios de instrumentos musicales, edificios enteros donde encontrar lo último en tecnología, no encontraremos un centímetro cuadrado de pared sin una colorida pegatina, anuncio o consejo acompañado de un dibujito manga; el exceso de información se hace apabullante, encontrar un determinado artículo electrónico nos podrá volver locos con tanto color, neón y ruido.

Odaiba, isla artificial construida sobre un vertedero, que se ha transformado en la zona más experimental de tokio. Lugares como el edificio de la fujiTV o el museo de ciencias y tecnologías emergentes, toda una garantía con ese título en un país como el Japón, harán buenas visitas antes de salir a la calle al anochecer y sentarse a observar el espectáculo de la ciudad de noche desde la bahía de Tokio; la réplica de la estatua de la libertad con el puente Rainbow de fondo, acompañados por el skyline tokiota atraen cada noche a decenas de turistas -y locales- en busca de ese ambiente y foto mágicas.

Harajuku, Ginza, Asakusa... demasiados barrios quizá para este humilde blog, o puede que demasiadas las diferencias entre ellos; lo que queda claro es que no hay un barrio parecido al otro, conformando una variedad de estilos difícil, si no imposible, de encontrar en ningún otro lugar.

Y es que todo es imposible en esta ciudad: la moda, vanguardista hasta el extremo; los edificios, mareantes en su tamaño o diseño; el metro, un Tokio subterráneo con la misma población aparente que la superficie y probablemente el mayor número de móviles conectados a internet de todo el hemisfario norte; la tecnología, habitual encontrar el último modelo de robot aspiradora para tu casa; los centros de pachinko, las performances discotequeras, la profusión de falditas de colegial y peinados masculinos voluminosos hasta decir basta, los hoteles cápsula, para ejecutivos adictos al trabajo o turistas curiosos; bares “otakus” donde nos servirán chicas con vestido de colegiala y cofia...

Y todo ello con la sensación, como decíamos, de que no son los Tokiotas los dueños de la ciudad: Cada uno condiciona al de delante, el de delante condiciona la moda del de al lado y la ciudad los moldea a los tres para terminar poseyendo su hoy, su mañana... y su modo de vida: Aquí el “tú”, el “él” y el “yo exterior” se imponen al “yo interior” con tanta fuerza que las vías de escape para este último son tan numerosas e intensas como gente vive en la ciudad.

En medio de todo ello encontraremos remansos de paz en parques, barrios de bares tradicionales o tranquilos baños públicos -Onsen, alos cuales servidor de ustedes no pudo acceder debido a su brazo tatuado al estilo japonés-, pero el torbellino que es Tokio nos arrastrará inevitablemente a un mundo en el que el -pequeñísimo- espacio mental que el tokiota tiene para él mismo intentará multplicarse exponencialmente en intensidad, ya sea ante una máquina recreativa o una camarera vestida de enfermera.

Podría seguir y seguir hablando de la psique; citando diferencias con el resto de mundo conocido o intentando sintetizar todos los detalles; la tarea, no obstante, se me antoja harto dificil así que espero que lo escrito hasta ahora le sirva al lector para hacerse una ligera idea. Suele considerarse muy difícil venir hasta aqui debido a la distancia y el alto coste de vida.Y lo es, pero deberemos hacer el esfuerzo en cuanto sea posible porque aqui, en Tokio, uno no mira o se pasea por la ciudad: la ciudad lo mira o lo pasea a él.

Y eso hay que experienciarlo.