jueves, 15 de octubre de 2009

Tokio, la ciudad imposible


Solemos pensar, (no sólo) en la vieja europa, que la sociedad hace al país, la sociedad hace a la cultura, y ésa es la primera y más notoria diferencia que nos encontramos en Tokio: Aqui, la cultura, la ciudad, hace a la sociedad, la forma y la moldea. Intentar definirlo se torna en una tarea ardua ya desde el principo; aqui no hay resúmenes que valgan, cada mínimo aspecto tiene un máximo de diferencia.

No obstante, habrá que intentarlo...


Población: ni más ni menos que 13 millones de personas, sin contar el extrarradio. Enorme red de metro y taxis con fundas de asiento de encaje, templos centenarios -aunque el tokio actual no tenga más de 60 años desde la devastación de la 2ª guerra mundial- junto a arquitectura de vértigo; tradición, última moda; patria de la soledad y del consumismo de per se: Son mil los detalles a mirar y analizar.

Llegados al aeropuerto de Narita lo primero que haremos será ir a la oficina de turismo y obtener un libreto de la ciudad y un mapa del metro. Enorme; a veces parece que Tokio tenga dos niveles: la superficie y el subterráneo, son tantas las salidas a la calle de cualquier estación que si nos equivocamos podremos acabar saliendo a 1 kilómetro de donde queríamos... saliendo de la misma estación, me ha pasado bastante y se queda uno con una cara de tonto importante.

En fin, ya llegados al centro de Tokio -70 minutos desde el aeropuerto hasta la ciudad, callados con el 70% de los locales enganchados a sus móviles, tecleando que no hablando; está prohibido hablar por teléfono en el metro y en los restaurantes-, y salidos a la superficie, deberemos encontrar nuestra guesthouse; tarea nada fácil ya que a cada segundo se nos irán los ojos a tal o cual edificio, tal o cual vestimenta o tal o cual muñequito manga, ya sea en forma de estatua o dibujito.

Acomodados por fin, intentaremos hacernos una idea global de la ciudad: un conglomerado de pueblos o zonas, devoradas todos por el Tokio original, en las que tanto el fin como el medio difiere de unas a otras. Roppongi para la vida nocturna, Akihabara para la electrónica y el manga, Ginza para lo exclusivo, Shibuya para lo joven, Asakusa o Shinjuku para tranquilidad.

A la hora de empezar a movernos, el transporte es excelente: La puntualidad y frequencia del metro es apabullante, servidor se quedó helado al ver un revisor, cronómetro en mano, entrar en un vagón al azar, empezar a contar segundos y cerrarse las puertas y arrancar el convoy justo en el segundo en que el buen hombre acababa de contar. El taxi sólo será una opción para los presupuestos más abultados, tampoco es que haga falta a no ser que acabemos una noche loca más allá de las 00:00 horas, cuando el sistema hiberna y los metros cierran.

Tokio, ciudad portuaria aunque a veces se olvide, gravita alrededor del palacio imperial y sus jardines, visitables a medias pues solo podremos entrar en el palacio de la monarquía más antigua del mundo dos días al año; el resto del tiempo tendremos que conformarnos con sus jardines.

Alrededor, decíamos, de esta muestra de magnificencia relajada, empezaremos a visitar:

Roppongi, distrito financiero de día y de ocio por la noche, será donde econtremos cosas como la Tokio Tower, un facsímil de la torre eiffel que nos brindará las primeras vistas aéreas del interminable tokio: mejor visitado de noche, nos quedaremos sin aliento con la vastedad de la ciudad; la profusión de luces, líneas de transporte terrestre y rascacielos nos hacen pararnos y simplemente mirar, observar: Una ciudad viva, palpitante a todas horas. No en vano, este es el lugar que, desde la devastación de la segunda guerra mundial, creó su propio milagro para convertirse en uno de los centros mundiales a tener en cuenta, arrastrando a todo el japón con él.

Roppongi, decíamos. Clubes como The Cavern, homenaje a los beatles -un fenómeno en japón como en ningún otro lugar-, restaurantes ejecutivos y discotecas con lo más granado del techno y performances tan locas como el propio país; un primer vistazo a la mareante arquitectura y la original manera de vestir de los japoneses de noche.

De ahí se puede pasar, perfectamente, a Shibuya, y aquí es donde nos sentiremos en otro planeta.

Zona donde conseguir lo último en moda japonesa, las últimas tendencias, ese codiciado volumen manga o gastar algunos yenes en los varios centros de Pachinko (He decidido que el deporte nacional no es ni el béisbol ni el sumo: Es el Pachinko, máquinas recreativas demasiado difíciles de explicar, mejor buscar por internet, pero que con su incesante caer de bolas metálicas crean una banda sonora como para lobotomizarle a uno), centros comerciales o de manga interminables o ver casi el ejemplo más claro de la locura reinante: El cruce de Shibuya, miles de personas por minuto yendo aqui o allá, nos dejará con la boca tan abierta como el mejor de los templos o edificios del país.

Barrio eminentemente joven, encontraremos también -junto a Akihabara o, por ejemplo, parque Yoyogi en fin de semana- lo más granado de la juventud y la moda kitch, geek, freak o como quiera llamársele. No encontraremos en madrid o barcelona a nadie vestido ni la mitad de raro -u original o vanguardista según se mire- que en este distrito de tokio.

El anteriormente citado Akihabara, no obstante, no le va a la zaga: la zona electrónica por excelencia ha perdido su atractivo en cuanto a precios que siempre la había caracterizado, sin embargo los extranjeros podremos ahorrarnos el IVA presentando el pasaporte.

Tiendas de piezas para robots, barrios de instrumentos musicales, edificios enteros donde encontrar lo último en tecnología, no encontraremos un centímetro cuadrado de pared sin una colorida pegatina, anuncio o consejo acompañado de un dibujito manga; el exceso de información se hace apabullante, encontrar un determinado artículo electrónico nos podrá volver locos con tanto color, neón y ruido.

Odaiba, isla artificial construida sobre un vertedero, que se ha transformado en la zona más experimental de tokio. Lugares como el edificio de la fujiTV o el museo de ciencias y tecnologías emergentes, toda una garantía con ese título en un país como el Japón, harán buenas visitas antes de salir a la calle al anochecer y sentarse a observar el espectáculo de la ciudad de noche desde la bahía de Tokio; la réplica de la estatua de la libertad con el puente Rainbow de fondo, acompañados por el skyline tokiota atraen cada noche a decenas de turistas -y locales- en busca de ese ambiente y foto mágicas.

Harajuku, Ginza, Asakusa... demasiados barrios quizá para este humilde blog, o puede que demasiadas las diferencias entre ellos; lo que queda claro es que no hay un barrio parecido al otro, conformando una variedad de estilos difícil, si no imposible, de encontrar en ningún otro lugar.

Y es que todo es imposible en esta ciudad: la moda, vanguardista hasta el extremo; los edificios, mareantes en su tamaño o diseño; el metro, un Tokio subterráneo con la misma población aparente que la superficie y probablemente el mayor número de móviles conectados a internet de todo el hemisfario norte; la tecnología, habitual encontrar el último modelo de robot aspiradora para tu casa; los centros de pachinko, las performances discotequeras, la profusión de falditas de colegial y peinados masculinos voluminosos hasta decir basta, los hoteles cápsula, para ejecutivos adictos al trabajo o turistas curiosos; bares “otakus” donde nos servirán chicas con vestido de colegiala y cofia...

Y todo ello con la sensación, como decíamos, de que no son los Tokiotas los dueños de la ciudad: Cada uno condiciona al de delante, el de delante condiciona la moda del de al lado y la ciudad los moldea a los tres para terminar poseyendo su hoy, su mañana... y su modo de vida: Aquí el “tú”, el “él” y el “yo exterior” se imponen al “yo interior” con tanta fuerza que las vías de escape para este último son tan numerosas e intensas como gente vive en la ciudad.

En medio de todo ello encontraremos remansos de paz en parques, barrios de bares tradicionales o tranquilos baños públicos -Onsen, alos cuales servidor de ustedes no pudo acceder debido a su brazo tatuado al estilo japonés-, pero el torbellino que es Tokio nos arrastrará inevitablemente a un mundo en el que el -pequeñísimo- espacio mental que el tokiota tiene para él mismo intentará multplicarse exponencialmente en intensidad, ya sea ante una máquina recreativa o una camarera vestida de enfermera.

Podría seguir y seguir hablando de la psique; citando diferencias con el resto de mundo conocido o intentando sintetizar todos los detalles; la tarea, no obstante, se me antoja harto dificil así que espero que lo escrito hasta ahora le sirva al lector para hacerse una ligera idea. Suele considerarse muy difícil venir hasta aqui debido a la distancia y el alto coste de vida.Y lo es, pero deberemos hacer el esfuerzo en cuanto sea posible porque aqui, en Tokio, uno no mira o se pasea por la ciudad: la ciudad lo mira o lo pasea a él.

Y eso hay que experienciarlo.

1 comentario:

  1. Me encantó leerte.
    Tokio debe ser una pasada de ciudad. Tengo en mente este viaje para dentro de 2-3 años, cuando los compañeros del piso se vayan de Erasmus un año.
    Así tendré a alguien que me defienda por allí, porque por lo general no tienen ni idea de inglés y como no sepas algo de japonés...chungo chungo.

    Qué heavy lo que no te dejaran entrar por el tatuaje!

    Un beso Alex

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