martes, 30 de marzo de 2010

La isla de madera y agua: Jamaica

A mediados de diciembre llegué a esa etapa de mi viaje que había reservado al descanso. Después del frío del norte de Estados Unidos y antes de dirigirme hacia el Perú, que ya me olía que me exigiría físicamente, recalé un mes en el caribe, y, dentro de éste, la pequeña isla de Jamaica, un lugar remarcable en todo el espectro de aspectos: del mejor al peor.

Y es que, quizá, lo que más ha definido a esta sociedad más que nada es la influencia del colonialismo, como sucede en la mayoría del caribe.
Cuando los españoles llegaron en el S.XVI -destacable el año que Colón pasó en la isla al llegar después de la destrucción de su flota- reservaron a Jamaica un lugar de puerto de enlace, apenas un poblado con ganado donde los barcos procedentes de la vieja España recalaban a recargar agua, provisiones... por esto se suele empezar.
Años después, no quedaba en la isla rastro alguno de los pobladores originales. Abusos, reducción de los recursos y enfermedades borraron cualquier señal de los Jamaicanos originales -comunidades indias provenientes de norte américa-, dejando a los colonos sin su preciosa mano de obra gratuita.
La solución fue la lógica en las antiguas mentes europeas: Acostumbrados a dominar un pedazo de terreno aquí y otro allá no tardaron en repoblar la isla con esclavos negros traidos del continente africano.
Los británicos siguieron poco después, atacando y obteniebdo el poder en la isla como parte de la estrategia para reducir el poder español en el caribe (la influencia británica es muy obvia al comprobar el idioma, que tampoco es 100% inglés pero casi, y lugares llamados glasgow, middlesex, etc.), importando, además, más mano de obra de color y reprimiendo aún más a la que ya había.
Es lógico pensar que la situación mejoraría una vez llegara la independencia, en 1962, y lo hizo pero en mesura apenas apreciable: de la esclavitud se pasó al hambre, que siguió azotando, la situación política se tornó en caótica y consequentemente la delinquencia y violencia interna se generalizó.
Medio siglo después, los Jamaicanos tienen que ver como el antiguo Amo sigue siéndolo, pero esta vez vestido con piel de cordero: Viene a su isla como turista, con su dinero, con su altivez, esperando, una vez más, que el Jamaicano le sirva.
Es por eso que hoy, en Jamaica se respira un intenso racismo hacia el blanco; en bastantes lugares lo encontraremos descrito como racismo A LA INVERSA, algo que Servidor de ustedes no entiende: acaso el racismo hacia el negro es en la dirección correcta o algo parecido?

Dejando juegos de palabras aparte, el desprecio al blanco es patente desde el minuto uno que se pasa en la isla. Y se entiende perfectamente: Al contrario que el racismo al negro que tenemos en Europa, éste tiene fundamento histórico; los cimientos del resentimiento fueron construidos por la gente que les arrancó de sus tierras en África, donde ya eran esclavos, para llevarlos a una isla remota, fuera de su mundo, a esclavizarlos aún más duramente.
Así, hay que tener claro que no podremos evitar sentirnos incómodos en más de una ocasión durante nuestra estancia. Y bien que lo merecemos, libros de historia en mano.


La Ruta


Mi ruta en la isla fue Kingston-Montego Bay-Negril-Nine Mile. Como dije, no me quise dar prisa para que mis huesos se recompusieran en lo posible; Estar en la playa, beber con los locales y hacer las visitas de rigor fueron los objetivos; la cámara la reservé para momentos esporádicos porque hay paises en que se puede ir con cámara y los hay que no; en este, desgraciadamente, no mucho.

Tanto mejor; el estilo de vida hedonista del turismo “tipo” de Jamaica -léase parejas y familias- unido a ese sentimiento “ja, man” de los locales le invitan a uno a dejarse arrastrar por la corriente, esto es: hamacas, puestas de sol y aguas cristalinas.

Y es que aquí se viene a descansar; ese es el principal atractivo que la isla ofrece.
Pero vamos por partes..

Kingston, la capital, sinónimo de Reggae, de buen ron, de una de las ciudades más peligrosas del mundo. La zona centro, colmada de edificios corporativos y coloniales a partes iguales, contrasta con las zonas que la rodean, como el conocido Trenchtown, en las que intentaremos adentrarnos en tansporte privado y sin dejar ver los objetos de valor (cámaras, relojes, etc) que nos puedan marcar como blanco del primer atracador. Lo mejor, como siempre, es ir acompañado de un local -o un buen grupo de otros viajeros.
Unido a la arquitectura colonial y lugares como Port Royal -si, el de los piratas, aunque no quede mucho del Port Royal original hoy en día- podremos dirigirnos a Trenchtown, meca para los amantes del reggae, o a Studio One, lugar de nacimiento musical de Bob Marley y los Wailers, las I-threes y el resto de la movida reggae que surgiría a finales de los 60 y mediados de los 70, amén de otras pequeñas visitas más que nada a nivel arquitectónico e histórico.

Habiendo empezado a respirar el aire caribeño, fue hora de dirigirme a Montego Bay; realmente útil el Knutsford express, línea de autobús, más cara de lo esperado pero pronto nos acostumbraremos a eso en un lugar como este: los recién casados y familias que convergen en la isla no suelen reparar mucho en gastos, así que el viajero independiente que desee ajustar el presupuesto lo pasará mal para lograrlo. Aún así, es posible.
Es también una buena manera de darse cuenta de las dimensiones de la isla, al ver que un viaje en autobús de punta a punta no durará más de 7-8 horas. Lo justo.

Montego Bay, que elegí de base para explorar la isla, probó ser un pequeño error de planificación: las playas siguen siendo paradisíacas, pero las grandes distancias entre playas, supermercados y hostales lo vuelven menos idóneo que, por ejemplo, Negril, además de ser casi más caro y respirarse más hostilidad que en esta última -aunque nada comparado con Kingston, eso sí-.
No obstante, sigue valiendo la pena pasearse por el centro de la ciudad, observando los mercados y la penetración de la industria occidental (sendos Burguer Kings, KFC y McDonalds lo atestiguan, lo curioso es que los encontraremos siempre llenos)
Como se ha dicho, los pocos hostels o guesthouses que hay están lejos de la playa; eso significa tener que coger un taxi cadavez para ir y venir.
Y es un capítulo aparte el tema de los taxis, en la isla son colectivos, es decir que o lo cogemos lleno o se va llenando conforme llega a destino. La contrapartida, por supuesto, es el bajo precio, pero tener que coger un taxi cada vez sigue siendo un incordio que, por ejemplo, no será necesario en muchos de los lugares restantes de la isla.

Negril, un corto viaje en furgoneta colectiva -en dos mejor dicho, deberemos cambiar en Savanna la Mer a no ser que vayamos en taxi directo, más caro por supuesto- será mucho más conveniente al seguir el esquema general playa-carretera recta-hostales. Por lo general no deberemos andar más de 500 metros para llegar a la arena.
Es, además, el lugar idóneo para ver la increíble puesta de sol del caribe, ya sea en alguna de las playas, calas o bares colgando de acantilados cuyo principal atractivo es, precisamente, ir a tomar un combinado viendo como el día toca a su fin.
El alojamiento es igual de abundante que en Montego Bay, aunque por alguna misteriosa razón aquí conseguiremos más comodidad por igual o incluso menor precio
Lo más recomendable, y algo que podremos hacer en no muchos lugares de la isla, es recorrer a pie toda la laaarga playa de la bahia de Negril, un paseo que, de chapuzón en chapuzón, nos dejará uno de los recuerdos más bucólicos de la estancia en la isla, destancando las dos puntas de la bahía, una dando a formaciones de acantilados rocosos y la otra en zonas arboladas con las ramas casi colgando sobre las olas..

Como visitas adicionales, mencionaré la fábrica de Ron Appleton, una buena visita de un día en el que, además de la visita, disfrutaremos de camino. Imprescindible parar en alguna de las -desérticas- playas que se van pasando y remojarse un poco.
Destacar, además, una de las visitas más simbólicas que hice: Nine Mile, lugar de nacimiento y reposo eterno del cantante Bob Marley, consistente en la casa, la las tumbas de abuelos (curiosamente bastante apartados de los mausoleos principales), madre y del propio Bob; su “roca de meditar”, desde donde antaño se veía el infinito mar en el horizonte. Hoy en día la vista está tapada por árboles decorativos y demás parafernalia que molestan más que decoran; es una lástima que hayan cambiado tanto el lugar. Es visita casi obligada, pero hay que tener en cuenta que más de uno quizá se sienta decepcionado.

Tratándose de una pequeñísima comunidad a nueve millas del centro de población más cercano -de ahi el nombre-, poco más habrá por ver aparte de la casa del mencionado; es una lástima, no obstante, ver cómo se ha turistizado el lugar, dejando el resto de la comunidad a su suerte. La visita la podremos disfrutar más o menos, pero sin duda lo que más nos educará es ver a los niños al otro lado de la puerta principal pasando palos con una cajetilla de tabaco en el extremo, esperando la consabida moneda del turista.
A los gritos de “sir, sir” y “one dollar”, situaciones como la que nos brindan estos chavales serán las que nos den la verdadera magnitud de la situación en la isla, un lugar donde lo que cuenta es el dinero del turista: si se es jamaicano y se está fuera de la corriente de hoteles, servicios de playa y demás no queda mucha opción donde aferrarse para seguir el día a día con un mínimo de decencia.

En resumidas cuentas: Todo un paraiso, excepto para el 75% de la población local. Jamaica se diefruta, se descubre con sus playas de arena blanca y agua cristalina, pero no es un lugar a donde ir a aprender: descanso es el sinónimo que encontraríamos en el diccionario. Quizá si el objetivo fuera aprender y empaparse de cultura local sería mejor un destino como Cuba (Y lo digo sin haber estado)


Acabada la aventura caribeña, me preparé para un nuevo destino, cambio de lengua y continente nuevo: Suramérica, y en él, el Perú, tierra de Incas, llamas y cobaya asada con papas.